jueves, 6 de septiembre de 2007

Vicente Verdú/LA EDAD SIN MUERTE

La esperanza de vida en España se ha duplicado en un siglo: de 40 a 80 años.
Un cambio así no solo representa un aumento en los años de vida sino en la clase de vida. Muriendo a los cuarenta años puede acaso soportarse un matrimonio pero ¿cuarenta años más? El trabajo o las parejas no son para siempre porque todo dura poco en la sociedad de consumo pero, además, porque “siempre” ha aumentado exageradamente.
En cuarenta años de vida acaso solo había tiempo para una vida pero en ochenta años cabe alguna vida o algunas vidas más. No pocos jubilados o prejubilados confiesan que empiezan a vivir a su gusto cuando tienen en torno a los cincuenta o sesenta años. Nuevos amores, nuevas familias. Nuevas ocupaciones, nuevos proyectos.
Más que la edad, la vejez queda determinada por la falta de proyectos de vida. Se envejece casi a cualquier edad: justo cuando no se tiene o se ha perdido la ilusión.
La frontera de los sesenta años que hace menos de medio siglo marcaba la vejez ha ascendido hasta los ochenta y el desmoronamiento del esqueleto más el surtido de achaques correspondiente a esa edad se han trasladado, en general, a dos décadas más tarde.
No hay ilusión ni proyecto posible sin salud pero en las encuestas un 90% de las gentes entre 60 y 85 años declaran sentirse bien. Cada vez se sentirán probablemente mejor gracias a la asunción de mejores hábitos de vida y a la ayuda de la medicina.
Con cada año que se cumple actualmente se ganan casi tres meses de aumento en la esperanza de vida, sobre todo para las mujeres. Un 5% de las mujeres que actualmente tengan entre cuarenta y cuarenta y cinco años llegará a los 100.
¿Cómo no pronosticar que su vida se compondrá de diferentes episodios de vida? ¿Cómo no deducir que el conocimiento del mundo y de uno mismo, las relaciones con los demás y hasta con la muerte se alteran sustantivamente si se es o no centenario?

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